martes, 30 de agosto de 2011

Y volviendo a la época merodeadora.

Bueno, sí, me he ausentado un poquito. Un poco. Mucho. LO SIENTOOOOOOO.
Ejem, sí, ya. Es lo que pasa con las vacaciones. Idas y vueltas a la costa, piscina, barbacoas... Sí.
PERO aquí está. Algo. No sé lo que ha salido, me da miedo mirar. En la última entrada, se me olvidaron tres personajes. Todos de la generación de los merodeadores. Aquí os presento a una de ellas, Audrey White.
Sin más preámbulos...
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Las sábanas se arrugaron cuando Remus se recostó sobre su cama. Tendría que hacerla por tercera vez ese día; odiaba que estuviera deshecha, pero a Sirius le encantaba tumbarse y saltar sobre ella.
El gramófono giraba, llevaba toda la tarde girando y reproduciendo canciones de los Beatles. Cuando James y Sirius llegaron para cambiarse y llenar la habitación de barro del campo de Quidditch, empezaron a decirle que pusiera a los Rollings, pero el rubio no cedió. De ninguna manera. Se recostó mientras sus amigos le rogaban Lunático, venga, por favor, y nos vamos. Pero no, no les iba a dejar salirse con la suya, y al final ambos se habían ido por donde habían venido.
Las palabras de Audrey le sacudieron la mente cuando sonaron las primeras notas de Blackbird. Sonrió. ¡Remus, Remus! ¡Acuérdate de mí cuando escuches a los Beatles! No se había acordado hasta esa canción. Y justo pensó que el gramófono se había coordinado con su mente.
Audrey era ese mirlo. No un mirlo cualquiera, si no justo ese del que hablaba Paul. El que cantaba en medio de la canción, entre acordes y voces melodiosas que relajaban al joven hombre lobo.
Conocía a Audrey desde hace mucho. Había visto durante seis años como se desarrollaba. Sus piernas se hacían infinitas. El tono de su piel era moreno, algo anormal, anti británico, a pesar de que había nacido y crecido en Bath. Mirlo que cantas en la madrugada. Cantaba McCartney. La chica era rara. Sí. Por eso era una de sus mejores amigas, junto con Lily. Era brusca, con un sentido del humor envidiable y carcajadas exageradas que crujían su garganta. Coge estas alas rotas y aprende a volar. La había visto como una muchacha vivaracha, simpática y algo caprichosa hasta quinto. Ahí, Remus se había enterado de su terrible pasado. De que su padre abusaba de ella y Audrey callaba, de que su madre estaba interna en San Mungo. Que todo era una fachada y la fuerza con la que blandía sus temidos puñetazos venía de atrás. Toda la vida, sólo has esperado este momento para alzarte. Entonces sus rizadas pestañas y sus curvas y su estómago demasiado delgado le parecían otra cosa. Ya no era la chica normal con un poco de mala leche. Mirlo que cantas de madrugada. Ahora era la que tenía motivos para ser como era. La comprendía. Él se había criado casi solo, con su abuela mientras su madre se marchitaba en San Mungo. Coge estos ojos hundidos y aprende a ver. Lo único que le perturbaba era su respiración mientras pensaba que eran iguales, solo que Audrey había tomado un camino distinto para alejarse de su horror personal. Era el mirlo del que hablaba Paul. Toda la vida, sólo has esperado este momento para liberarte. Tanto la muchacha como él se habían visto envueltos en turbulencias desde nacer. Mientras su padre la tocaba, él se desgarraba en lobo. Vuela mirlo, vuela mirlo. Insistía el Beatle. Hacia la luz negra de la noche. Mirlo que cantas en la madrugada.
Remus se levantó, abrumado. Porque ese tema era digno de estrés, darse cuenta de cómo era su amiga en el fondo, debajo de la fachada ‘no me mires que te arreo’. Se acercó a la ventana del salvaje cuarto de los merodeadores y sonrió al ver a Audrey, al mirlo que debía volar con alas rotas, dándole una colleja a Sirius mientras Peter y Lily se reían. Mirlo que cantas en la madrugada, coge estas alas rotas y aprende a volar. Audrey dio un espasmo que debía ser una de esas carcajadas heladas. A saber por qué reían, ya que aunque Lily parecía divertida tenía un inconfundible signo de no aprobar lo que fuera que hicieran. Remus rio suavemente, cosquilleando su garganta. Toda la vida, sólo has esperado este momento para alzarte, insistía Paul. Ojalá llegara el día en el que ni él ni su amiga tuvieran que mirar su pasado y entristecer. Sólo has esperado este momento para alzarte. El mirlo debía ser libre, volar sin que las decisiones erróneas de su juventud que no había tomado le influyeran. Que la Luna no lo maltratara y que su padre la dejara en paz. Algún día, claro, cogerían las alas rotas y aprenderían de nuevo a volar. Sólo has esperado este momento para alzarte.

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Gracias ;)